Tomarse el amor a la mano y al pie de la letra

El amor a mano y al pie de  la letra.

 

 

Del simbólico amor por las cartas escritas a mano

 

Siempre he acariciado secretamente en mi recóndita intimidad, la posibilidad de escribir una novela, sin embargo la fuerza de este deseo, se encuentra neutralizada por un sentimiento de impotencia de intensidad similar, que me lleva a demorar, aplazar, indefinidamente tan anhelado proyecto”.

Con esta bella promesa eternamente incumplida, Bonifacio E. Samano, de profesión cartero por más señas, iba dando cuerpo a otro nuevo cuaderno de notas, en los que tenía por costumbre ir levantando acta notarial de su realidad. No sólo de la real realidad que le aprisionaba y oprimía como si estuviera encorsetado por una camisa de fuerza, no tanto de “ello” lo previsible e insistente que de antemano ya dejaba desprovisto lo acontecido del más mínimo pálpito de sorpresa y asombro uniformando cualquier rasgo distintivo. Con este humilde diario combatía, dando libre curso a sus ensoñaciones,  la humillación de poder convertirse en un esclavo cuyos días “compadecen” cortados por un mismo Patrón.

Su vida oscilaba entre la oficina y sus meditaciones metafísicas, que se le antojaban paradójicamente caprichosas y trascendentes al mismo tiempo.

No sé bien por qué no consigo desempeñar mi trabajo de Funcionario de Correos con un mínimo de dignidad profesional exigible. Desde mi ventanilla, escucho con atención las reclamaciones de los ciudadanos y entiendo el malestar que les causa que una carta no llegue a su destino, la mayoría de las veces por inescrutables designios de la providencia”. Les entiendo pero no acabo de compartir el trastorno que tales extravíos les acarrean, ya que creo y lo digo desde mi condición de cartero, mal que me pese, que cada día más las cartas en la era del Internet, sirven cada día más para mensajes SiaMeSes,  dando  señas de nuestra vacua identidad antes  de entablar una verdadera comunicación”.  

La vida de Bonifacio transcurría aparentemente de forma insustancial, como adormecido en una placidez fastidiosa, dónde lo que pasaba es que nunca pasaba realmente nada, donde nada parecía hacer presagiar un descarrilamiento de la Inercia instalada en una herrumbrosa vagoneta yaciendo en vía muerta.

Cuando logré entablar mi primer contacto con él, pude granjearme su amistad y ello a pesar (o gracias) a mi posición jerárquica superior, lo que hacía disminuir la rivalidad existente ya   que se respiraba en la oficina un ambiente de gran recelo y desconfianza entre todos los funcionarios de un mismo escalafón trajinando con sus pequeñas diferencias. Movían papeles de aquí para allá, cuñaban, grapaban y actuaban, presos de la frenética laboriosidad del hormiguero que deja tras de sí una hilera de agitada improductividad.

En su cuaderno iba dejando puntualmente constancia de las vivencias que le permitían evadirse de su desazón laboral. “Escribir es como ir haciendo una muesca, signo o señal, labrar una humilde incisión en la página en blanco de nuestra historia, por el simple y mero afán de mostrarnos que el nombre de cada día no ha sido tomado en vano, no se nos ha esfumado en un esfuerzo inútil, y entre la cortina de humo entretejida por el  momento presente, espero que alguna vez pueda divisar la presencia del genio A-ladino si la inspiración se dignara otorgarme”.

El trabajo de Bonifacio con el paso del tiempo se había ido deslizando a un progresivo desencanto, hasta el extremo de apenas encontrar satisfacción o gratificación anímica ni en el trato con sus compañeros ni con el público al que atendía cada vez con mayor adustez atrincherado tras su ventanilla para atender las reclamaciones. Quedaban ya lejos aquellos tiempos plagados de buenos propósitos dónde aún podía atender dignamente a los usuarios, cuándo su desidia no había devenido en  “ine-larra-ble”, empujando al “preferiblemente no vuelva usted ni  hoy ni mañana”.

Se resistía a verse sumido en dicha tesitura moral, ya que todavía le quedaba un  resabio de candor en su alma, y ya  fuera por deformación profesional que aún poseía un código de honor  por el que se  sentía como un mensajero gracias al cual volaban gráciles las palabras en busca y captura de un destinatario por encima de las barreras de espacio y de un desquiciado tiempo.

A medida que lo fui frecuentando y accediendo al núcleo de su intimidad pude ir entendiendo mejor el caso de nuestro singular y afable Bonifacio E. Samano. ¿Qué resorte interno le insuflaba un aire incontaminado y puro poniéndole  a resguardo del ambiente tóxico que enrarecía cada jornada?

 

El enigma que para mi representaba mi singular compañero comenzó a despejarse en el mismo momento en que me quiso hacer partícipe de su afición en apariencia irrelevante y trivial. Bonifacio me dio cuenta como quién no quiere la cosa, de su interés por la grafología, interés que como más adelante supe era una turbadora e inquietante pasión. La confesión de su candorosa “adicción” como él prefería denominarla consistía en entusiasta y leal adhesión por la letra manuscrita, hacia los signos escritos de puño y letra (arrumbados con la irrupción de la tecnología digital, sin que a nadie le tiemble el pulso).

La caligrafía a su parecer decía tanto de cada ser específico que antes que los ojos, eran las autenticas ventanas del alma. En un tono confidencial me manifestaba su devoción ante el trazo de la letra que no engaña sobre los movimientos anímicos que impulsan la mano hilando renglones de uno a otro margen. Se preciaba de saber detectar la carne y el alma que embarga cada pincelada,  -se escribe como se dibuja- me decía.

Pretendía poder distanciarse de esta adicción ¿malsana? zambulléndose en una hiperactividad escritora,  escribiendo   “rapidito y con mala letra” en su Diario como técnica para vencer la inhibición y levantar mejor la censura que, a veces atenazaban  sus personales impresiones para no-velar del todo su existencia.

Absorbido en la escritura de modo tan caprichoso como sesgado, es cómo voy autocumpliendo la profecía enunciada al principio de  mi cuaderno, dónde dejaba constancia de mi incapacidad para levantar una novela. Me siento con la misma ansiedad de que envía una paloma mensajera a cumplir su travesía, y siendo abatida no logra remontar el vuelo. Ante esta imagen deprimente me consuelo  soñando que sobrevivo  igual que un pato cojo cuya vida queda mejor revelada, expresada, aprendiendo a vivir del cuento”   

Fue a partir de este sentencioso y platónico comentario “yo me enamoro de la mujer por el temblor de su escritura, por su letra, igual que otros se siente seducidos por los ojos, un determinado color del pelo, o un timbre de voz” cuando empecé a percibir que B. E. Samano albergaba otro ser que mantenía celosamente guardado bajo la máscara de un digno funcionario de correos.

Supongo que el haberme mostrado receptivo a su singular manía, le hizo elegirme para profundizar su confesión que por el carácter apremiante de su solicitud, debía estar atormentándole. No acertaba a discernir si en su exigencia de ser escuchado en su peculiaridad anidaba alguna secreta perversidad que ha de presenciarse por al menos un testigo o de una pasión desbordante que necesita ser compartida para descargar dicho peso. Su apesadumbrada confesión derivo por los siguientes derroteros:

El hecho concreto que tengo necesidad de comunicarte, es que me asalta un desasosiego ético por no haberte hecho saber en tanto tú eres mi eslabón superior, el extravío de unas cartas que vienen siento remitidas a estas señas, con una constante, fiel e invariable frecuencia de una vez por semana.

Si todo se detuviese en este punto, mi negligencia sería menor por no haber cursado la notificación correspondiente para que las cartas fueran devueltas a su remitente ante un cambio posible de domicilio del presunto destinatario. El problema, querido amigo es que por la patológica  debilidad que siento por determinadas caligrafías, he transgredido, violado nuestro código deontológico, que nos obliga a no abrirlas y menos a leerlas, bajo ningún concepto.

Sin ser algo premeditado, me produce pavor el haber puesto en marcha este juego de las Cartas Robadas estando el transgresor tan a la vista y en la propia casa. Estas cartas extraviadas obran en mi poder por el maquiavélico procedimiento de falsear las señas del destinatario, de modo que dichas cartas retornan a mis dominios al haberle procurado un nuevo domicilio desde dónde corresponderla  y yo procurarme, usurpar mejor dicho la “identidad con denominación de origen” Si quieres te puedo facilitar la dirección de mi inestable correo tan poco electrónico, te lo doy sin arrobo alguno, ni punto ni com(a): Ramiro Traspié. Mi alias “Besa-mano”

Lo cierto es que Bonifacio o Ramiro en su desdoblamiento parecia haberse curado de su pasión por crear una novela apagándola con el fuego de otra pasión. Como bien me dio a entender lo que tanto le angustiaba era el allanamiento del alma y la morada de la remitente, violando su contenido y usurpando la identidad del destinario igual que un vulgar Cirano sin escrúpulos. Pero lejos de soportar tan temido prejuicio, causa de su atribulada congoja, en su diario reflejaba su desasosiego metafísico del siguiente modo.

Cercano como me siento a Pessoa, creo que en mi coexisten una diversidad de yoes autónomos y eso que llamamos carácter es la voz dominante que impone su represión a las otras voces. De ahí que en esta transgresora correspondencia me sienta antes  héroe trágico que villano. El semejante que corresponde a mi ser defectuoso se asemeja con la desigualdad habida siempre entre amante y amado y el más Cirano deviene esclavo de su amada al igual que un Quijote trasnochado pugna en vano por estar a la altura de su Dama”.

 

Del imaginario goce por la mano que da pie a las cartas de amor

 

El hecho es que dándome cuenta mi trágica constitución que consiste en no ser apto para amar en presencia o serlo sólo para amar en ausencia, y sólo poderme enamorar a través de esta prenda o resto corporal que es la carta manuscrita,  fantaseando con la mano que acaricia y baila sobre el papel como una brisa suave que amansara los renglones crispados. La carta, la mano, es el punto de encuentro entre lo material y lo espiritual, es la prenda que yo aspiro con un punto fetichista y emocionado goce, haciéndome caer en este vicio sublime del llamado amor cortés (lo cortés en este caso no me quita lo que tengo de cobarde)”.

“Por mi falta constitucional y específica, no tengo otro remedio que inventarme a la amada, y rescatar mi aletargada condición de amante, tomando, palpando, oliendo sus preciadas cartas, y devorándola desde la mano hasta  el pie.

Tan obstinada pasión había acabado invadiendo sus horas laborales, allí donde hubo un leal servidor público entregado a sus quehaceres laborales, lo que vino es un ser engolfado con ejemplar entrega a su causa que en estos momentos era claramente no  otra que la de leer y escribir con fruición las cartas de/a su amada. Dicha correspondencia produjo una singular transformación en su pulsión escritora orientando por unos vericuetos caballerescos los sombríos pensamientos de su Cuaderno de Notas.

 

Mi  preciada Elvira:

He recibido tu última ofrenda, la prenda-carta que con tanta avidez ansío. Hasta tal extremo soy adicto a tus misivas que necesito aspirar tu fragancia con regularidad y frecuencia de varias veces al día. Si  algún día me faltase tú alimento espiritual, languidecería igual que una planta desprovista de sol, sin un retazo de tu ser que alumbra mis días en mi reino nunca más vendría el sol a ponerse y yo estaría igual que un Luis XIV destronado.

Elvira no puedo dejar de decirte que tú eres  el marcapaso que reglas los destinos de mi existencia y cuando la taquicardia me ataca sólo tengo que conectarme al cardiograma reposado de tus renglones y recupero el sosiego vital.

No quiero que creas que toda  mi ansia de ti, se reduce a la pureza platónica. Tu propuesta de que hagamos un viaje como si celebrásemos una luna de miel, después de llevar un cierto noviazgo epistolar y de profesarnos un amor tan intenso como  mudo se me hace muy apetecible tu envite. Me transporta como a una cuarta dimensión, allí dónde la vida recobra el relieve, la densidad y sensualidad perdida. Allí donde este amor a distancia en el que ya estamos más que licenciados deja de ser teoría y pasamos a la práctica.

Espero que podamos realizarlo cuanto antes ya que los dos tenemos el arrojo suficiente (seguramente tú bastante más que yo) para tomar de una vez las riendas de nuestro destino, y poder ser transportados a ese tiempo fuera del tiempo, a ese estado de gracia al que acceden los ungidos y urgidos por la mano y el verbo divino.

Sólo una sombra de duda me atenaza: temo que si todo el encanto que ahora posees a los ojos de mi alma pudiera verse menoscabado si tu real presencia corporal mermara el arrebato de placer que siento al tocar tu carta como trasunto de tu cuerpo-mano. No tomes del todo en serio este temor excéntrico pero mi amor por la totalidad de tu ser preserva mejor su encanto tomando, si te tuviera a mano, el pie que te da cuerpo.

Tuyo afftmo. Ramiro Traspié “Besa-mano”

 

Frente a esta presión arrolladora que irrumpía dentro de sí por gozar de su presencia, Ramiro aún tenía que sortear verdaderos obstáculos que le disuadían de precipitarse en lo que temía que pudiera desembocar en un  traumático traspié  al desmantelar la falsa verdad que había ido levantando, la realidad tejida de ensueño y fantasía por más verosímil y sincera que le pareciera.

No era capaz de tomar una decisión respecto del conflicto que le atormentaba, se le atragantaba el nudo  no vislumbrando desenlace ni  solución de continuidad en este paso del inventar el amor en ausencia a diferencia de hacer el amor en presencia. Lo cierto es que le daba pánico que su personaje artesanal que no artificial se viniera abajo con la facilidad con que una brizna de aire tumba un castillo de naipes. De ahí que ante el temor de quedar desencantando  y sin Dama trabajo para guardar una última carta en la bocamanga con el propósito de no romper la baraja por anticipado y seguir repartiendo juego.

Inmerso en tan terrible dilema, me confesó sus ganas por realizar junto a ella tan ilusionante viaje. Decía morirse de ganas por conocerla de cuerpo presente, y consideraba que la única manera de liberarse de tan tiránica tentación era, precisamente, la de hundirse hasta las cejas en ella. Para mejor darme a entender el irresistible deseo que sentía por su Elvira, comenzó a leerme sin en menor recato la última carta que le había escrito.

 

Mi añorado Ramiro:

No sabría explicarte que misterioso cambio se está operando en lo más hondo de mi ser de unos meses a este parte. Solo sé que has despertado en mi un anhelo tan encendido como inconmensurable.

Ramiro presiento que pese a contar con este soporte físico de la carta, nuestro amor es una flor demasiado vulnerable y frágil que hasta ahora ha fructificado contando con  los especiales cuidados del invernadero. Sin embargo, ya va siendo el momento de salir del  “hibernardero” y poner a prueba la robustez de nuestra relación al aire libre y como diría uno de tus poetas G. Celaya “a la calle que ya es hora de pasearnos a cuerpo y mostrar que pues vivimos anunciamos algo nuevo”.

Por esta angustia de tu ausencia, siento que más me valdría tener tu presencia en mano que mil palabras tuyas revoloteando sin poder asir ninguna.

Ramiro cada día que pasa y nuestro encuentro se demora con pretextos que no alcanzo a entender, siento arder mi piel, mi carne abrirse soliviantada con el mismo resquemor que un aprendiz de faquir caminando sobre brasas incandescentes.

El único remedio que me asiste para apagar este fuego, es el de echar más leña al fuego y me pongo a imaginar cómo acaricias mis turgentes senos y te siento recorrerme por cada uno de los pliegues y recovecos de mi orografía. Tus manos y tus dedos fuertes y sensibles galopan por mi vientre tensado como la piel de un  tambor y bajan tocando redobles como si alucinados por  el fragor de la batalla vinieran ávidos a beber de mi fuente el elixir de la vida.

Todo tuya en cuerpo y alma, Elvira

 

Casi sin transición entablaron un duelo de cartas de amor donde yo, este subjetivo narrador, pase a convertirme en un convidado, espero que no de piedra, pues Ramiro iba declamando con su mejor vocación de juglar y sus dotes de Elocuencia me hacía partícipe del contenido de tan sensual correspondencia.

 

Mi ansiada Elvira:

No sé si podrás llegar a vislumbrar la llama viva, el convulso temblor que tu última carta ha provocado en mí como si me despertase de un sueño milenario. Con la chispa de tus palabras has avivado las brasas de mi apagado cuerpo de volcán inerte.

No sé me ocurre otra escapatoria que instalarme por una temporada en el infierno y en tanto lava incandescente fundirme y disolverte en mi proteico río de luz. Me reprochabas en tus cartas anteriores el estar hurtándote mi presencia, mi carnalidad. Creo que por estas enfebrecidas letras advertirás como soy un reguero de sangre hirviendo. Imagino tu boca de carnosos labios restaurando con parsimonia las heridas de mi cuerpo como si lo fueras curando, esculpiendo. Con tu lengua jugosa vas deslizándote como si fuera un menesteroso lleno de llagas cuyo cuerpo vas lamiendo hasta producirme un dulcísimo escozor. Tus caricias me irradian tal bienestar, que por un instante creería que la incurable cicatriz de mi ser tiene cura cuando el tiempo se detiene en la refrescante voluptuosidad de tu lengua.

Como un Ulises vencido, rompo las amarras que me atan al palo mayor y cautivado por tu fino cuello de cisne, por las tiernas dunas de tus senos, por tus ondulantes caderas de sirena y ávido de sed bebo de tu elixir sagrado y me anonado en tu blanca hermosura.

Todo tuyo con afecto Ramiro Traspié.

 

Retomo mi cuaderno de notas, dejado de lado durante mi frenesí epistolar. Tengo una cierta conciencia de la tragicomedia que estoy urdiendo y de haber encariñado tanto con mi personaje de Ramiro, cortés y caballero como un hombre que explora una nueva masculinidad que toque la fibra de la mujer”.

Por ello, quizás, quiera dilatar, preservar este momento mágico, de ahí que me resista a poner una fecha, un aquí y ahora, fijar una cita y un encuentro, que para mi supone poner un punto y final a este malentendido que yo he propiciado para sostener mi vida amorosa. Considero que mi quijotesca encrucijada para no errar en la vía regia del amor no puede encuadrarse bajo ninguna bandera ni solemne aspiración, y es que mi retorcida pasión no me libra del entuerto de ahondar mi cara y querida soledad”

Hacía algunos días que no coincidía en los almuerzos con Bonifacio y aunque no estaba al corriente de los últimos avatares de su desesperada pasión creía que su doble Ramiro no sería capaz de retroceder ante sus deseos, ya que tenía ante sí uno de esos momentos mágicos que acontecen sólo muy pocas veces a lo largo de toda una vida y que suponen la posibilidad de dar consistencia a los anhelos largamente  cultivados conjugando en un golpe de dados azar y destino soldando para siempre su dividida existencia entre la realidad y el deseo.

 

A lo sublime del amor real que toma cuerpo en la letra

 

Mi querida Elvira:

Te envío esta escueta misiva, primero para pedirte disculpas por no haber atendido tus cartas con la celeridad que me caracteriza y dar la cumplida respuesta que siempre mereces. Pero dado mi carácter, de natural ciclotímico he andado sumido en una serie de turbulencias anímicas relacionadas con el deseo, temblor y temor que en mí despierta la “cita” cuya ineludible confluencia me “ex-cita”, queriendo sin querer  acudir raudo y veloz a tan inexorable encuentro, si pudiera abolir  el azar del mal encuentro.

Sin más dilación ni pretexto quiero proponerte una cita para este próximo día 29, con el propósito de darte a conocer algunas claroscuros  de mi ser que no he sabido desbrozarte por escrito, y que espero que en tu presencia, acogido por tu benévola mirada y tu paciente escucha, consiga saber decir lo que no alcanzo a decir por escrito.

                                                       Tuyo affmo. Ramiro “Besa-mano” Traspié.

 

la suerte está echada, y tengo una sensación de levedad como si me hubiera desprendido de un  peso opresivo. Por fin, he sacado fuerzas de mi indecisión, me he sobrepuesto a mi carácter irresoluto y he decidido ir al encuentro de mi verdad, con riesgo de hacerme añicos al tirar piedras contra mi propia ficción, contra mi frágil tejado de cristal.

Si me dejo llevar por estas elucubraciones metafísicas, derivo en que vivir consiste en un irse despojando de las sucesivas capas que engrosan nuestra buena imagen. Pero a medida que procedemos con nosotros como un escultor que implacable cincela y adelgaza la materia sobrante, formas y volúmenes que funcionan como segunda naturaleza, entonces si así operamos quedamos reducidos a nuestra proverbial desnudez atravesados por un vacío regenerador. Somos como un gigante con pies de barro al que vamos reduciendo hasta circunscribir su nada primigenia haciendo pie en el vacío”.

Cuando su discurso caía por esta pendiente, Bonifacio parecía el ser más infeliz del mundo, y ponía tanta convicción en su victimismo que parafraseando la máxima de Descartes, algo cambiada: “Existo, luego  me pienso golpeado por la vida”. Dotado como estaba de una ideal noble le carcomía sentir su vida atrapada en la zafiedad, llegando a pensar con patetismo “cioranesco” que, más valdría no haber nacido.

Ramiro temía, y conociéndole como ya  conocía su talante idealista, era un fundado temor de que su causa por Elvira (El amor era su cruzada) no fuese comprendida, no fuera reconocido en la pureza de su ideal y acabara derrotado sin causa caballeresca a la que entregarse y sin fuerza que lo animara a levantarse cada mañana.

“Nada más despertarme he necesitado plasmar en mi diario el sueño que había tenido, intentando con dicha transcripción aliviar el pellizco que tengo en la boca del estómago. Soñé que iba al encuentro de Elvira acudiendo a la cita largamente aplazada. Sin embargo, causas ajenas a mi voluntad me impedían llegar a la cita, de modo que me abrumaba pensar que ella creyese que la dejaba tirada, compuesta y sin novio-amante. Finalmente llegó acelerado y visiblemente congestionado. Voy a esbozar una disculpa, pero Elvira me pone la mano sobre mi boca e impide que aflore mi voz. Lo único que importa es dar lugar al momento de complicidad y de silencio fecundo donde todo es posible, dónde el Amor, con mayúsculas se cumpla y realice.

Nos comunicamos a través de la mirada, y permanecemos en un gozoso mutismo como temeroso de tiznar con nuestras palabras el blanco virginal de nuestras cartas de amor. Como dos autómatas y siguiendo las órdenes de un designio superior nos encaminamos hacia el hotel más próximo para aliviar el ardor que nos aguijonea la carne, tan soliviantada después de tanto tiempo de rigor y espera.

Dejamos caer las maletas y como dos amantes salidos de un poema de V. Andrés Estellés “Els Amants” “no entendemos el amor como una costumbre, amable, pacífica” “nuestro amor es brusco y salvaje y tenemos la añoranza amarga de la tierra”  “ferozmente nos amamos desde la mañana a la noche…”

El sueño es la pantalla dónde voy dando rienda suelta a un estallido de sensualidad irrefrenable. Igual que un ciego que con la sensibilidad de sus yemas descifra un texto, yo iba acariciando el cuerpo de Elvira con  un erotismo excelso. Con la lengua voy degustándola como borrando las señales particulares de su piel. Voy primorosamente saboreándola y resbalo por la textura elástica de su vientre hasta quedar mis orejas atrapadas !ay que gustito! calentitas entre sus piernas. Saco la cabeza para respirar y querer decir una primera palabra, cuando siento todo mi ser caer despeñado por el “Origen del Mundo”. Me despierto aturdido en este vacío que instaura el ombligo del sueño, intentando en vano recuperar esa primera o última palabra antes de mi desaparición.

Igual que todos los ríos van a dar a la mar que es el morir, – o el renacer, según se mire- así Bonifacio-Ramiro han de encontrar una salida a la angustiosa incertidumbre de no poder predecir las consecuencias, el desenlace que sigue al nudo. Las salidas lógicas son reducidas, o bien verá su sueño colmado  trocando su causa en un amor loco o bien limitarse a sobrevivir para contar el desenlace,   sea cual fuere las contingencias de la resolución que escapan a los designios humanos.

Sin embargo, cuando ya  todo confluía para que tuviera lugar la cita anunciada , a la que por cierto, yo estaba invitado en calidad de albacea, un día  antes de la misma percibo como una mujer con paso firme y decidido  traspasa la puerta principal de la Oficina de Correos y encamina sus pasos  sabedora del recorrido a realizar. Veo que viene hacia mi despacho, y tan breve lapso temporal  extraigo una primera impresión, que suele ser la verdadera. Se trata de una mujer de aspecto cuidado y bien conservada, por lo que pudiendo tener más de 40 años, nada en las facciones de su rostro autoriza a ponerle más edad. Lleva el pelo negro azabache recogido sobre la nuca por lo que deja al descubierto dos tiernas orejas de la que tintinean dos largos pendientes bailando sobre su fino cuello. Su cara es morena, de rasgos angulosos, un punto viril, pero al dirigirme una leve sonrisa de presentación su rostro se dulcifica y muestra una expresión afable. Sus labios son hermosos, ribeteados por un rojo carmín que contrastan con el color negro de un traje ceñido que realza su elasticidad y esbeltez. En conjunto su cuerpo está dotado de la armonía y proporcionalidad propia de una carnalidad que no se ha resignado a ser mellada por  la mordedura de algún posible abandono.

Se acerco hasta mi mesa, dirigida por una precisa elección de su destinatario, -motivo que yo ignoraba por completo- pidiéndome encarecidamente que hiciera el favor de hacerle llegar a Ramiro (ya que de buena tinta sabía, -cuyas fuentes no vienen al caso revelar- de mi especial amista con él) la carta que extrajo limpiamente del bolso sin el menor atisbo de nerviosismo. Obraba como movida por una voluntad  calculada como proveniente de una determinación largo tiempo madurada.

Con una expresión gestual muy acorde con la asertividad de sus palabras, me hizo sentir la absoluta necesidad de hacer llegar dicha carta a las manos de Ramiro, ya que en ella se hallaban las claves cifradas que con un escaso margen de error o inexactitud nos pueden conducir a encontrar un preciado tesoro. Allí desvelaba  las que hacían imposible dicho  encuentro para que mi amigo pudiera extraer algún saber de su objeto de deseo tan ansiado como rehuido.

Dicha escena transcurrió a una velocidad de vértigo, y cuando di un paso al frente para besarla en señal de reconocimiento por hallarme frente a la Amada de Ramiro, se esfumó de un modo instantáneo igual que desaparece de golpe un hada madrina dejándonos en los labios, no la miel, sino un intrincado deseo.

La carta por venir envuelta en un halo de secreto y confidencialidad, no pude dejar de leerla, quizás contagiado por los hábitos adquirido en el trato con mi amigo. Me sumergí con gran curiosidad en su lectura antes de hacérsela llegar, tal y cómo la sensual Elvira me lo había requerido.

 

Mi querido Ramiro:

Como te he venido expresando con ardientes palabras, mi amor por ti, ha ido creciendo con tan agigantados pasos, y el ímpetu de mi deseo ha sido tan imperioso en contraste con tus continuadas muestras de reserva e inhibición que me he visto llevada a actuar en consecuencia para aplacar  mi ebullición interna.

Un día, hace ya algunos meses, justo después de frustrarse nuestro último encuentro, decidí personarme en tu casa, y ello a despecho desvelar ante las mismas narices de tu mujer la doble vida paralela que habías llevado durante tantos años y tan celosamente guardada.

Cuál no sería mi sorpresa al descubrir que no eras el Ramiro con su auténtica “denominación de origen” que sea cual sea fuera tu imagen distaba de la imagen que tenía de él forjada desde que dejamos de vernos en nuestra más tierna juventud. Sopese que nada tenía que ver esta imagen consistente de él, con la que ha ido creándose en torno a ti a través del don de tus aéreas palabras.

Mi primera reacción fue la de una amante despechada yendo impulsivamente hacia el fajo de tus cartas y triturarlas en trocitos tan pequeños como letras, igual que si hiciera saltar bruscamente las cuentas de un collar primorosamente engarzado.

Por fortuna, no me descompuse y al poco rato me serené. Me puse a investigar sobre tu vida para tratando de explicarme el odio que te profesaba y darle en lo posible un cauce constructivo. Lo cierto es que estas ganas de saber me han servido para volverme a reenamorar de otra manera tras el desencanto sufrido.

Pero justamente ahora que te quiero a ti por ti mismo, como Bonifacio, como un pobre funcionario cuya grandeza es no resignarse a dejar de aspirar al Amor en su riqueza. Aún siento el escozor de no haber podido abrazarte y estrechar mi cuerpo con el tuyo, y ahora que  en la más hondo de mi alma me duele tan desgarradora herida un agridulce susurro llega hasta mi conciencia.

Con clara nitidez me revela que para ser fiel el espíritu de tu letra, a los ideales que me has ido transmitiendo de no traicionar el amor en su esencia, he tenido que ser yo la elegida por ti, tu bienamada  Elvira la designada para representar el Amor en Ausencia.

De ahí que al mismo tiempo que me has concedido el don del amor, yo tengo la obligación de corresponderte con esta última carta para así permanecer en tu vida enmarcada como una figura desencarnada, para que en este significativo vacío pongas tu “don” a trabajar en tu objeto más “secretamente acariciado”

He aprendido que nuestra historia bien puede resumirse en un cuento, no con final feliz, pero si extrayendo una peculiar moraleja que si la aprovechas tendrá una incidencia positiva en el curso de tu vida.

 Con mucho afecto, Elvira “in ausentia”

 

Las alusiones tan concretas que utilizaba para ser fiel al espíritu de las cartas, de no traicionarlo, me llevaron nuevamente a recordar como al principio de nuestra relación y antes de volcarse en la compulsiva relación epistolar, me hizo partícipe de las dificultades que le aquejaban para lanzarse a escribir una novela.

No sabría decir si ha sido mejor el remedio que la enfermedad previa de tener que prensar la realidad por el fino tamiz de la escritura con el fin de no-velar su vida. Lo cierto es que el amor imposible por Elvira le hace velar su vacío sin “denominación de origen” que lo resguarde.

Acabo de leer la carta que me acaba de entregar en mano mi compañero. Como ya dijo y presintiendo un final infeliz, decidí guardarme una última carta en la bocamanga para no quedar del todo abatido. La carta,(estas folios en blanco y negro)   os los dejo en prenda, ya que habéis sido  cómplices y testigo del esfuerzo de haber convertido a B.E.Samano en Ramiro, quién habiendo sufrido el serio Traspié por El-viraje del amor hacia la ausencia de relación sexual, a la ausencia de amor real y carnal ha obtenido la pírrica victoria del pequeño goce dando cuerpo a la letra del cuento.

Todo cuento que se precie ha de tener su moraleja, y esta es justamente la que da título  a este relato de cómo el don del amor para no ser traicionado ha de ser tomado al pie (sin olvidar la mano-cuerpo) de la letra”.

                                                                       F.Javier  Porro San Miguel.

                                                     Readaptado en Valencia a 14 Agosto, 2012